Un viejo adagio dice “las palabras llegan al corazón cuando salen desde el corazón”. Desde una lectura simplista, esta frase pudiera interpretarse de un modo romántico y quizás hasta cursi. Sin embargo, encierra una verdad que es del tamaño de una catedral: para que un discurso sea efectivo, y sobre todo conmueva -uno de los fines últimos de la comunicación persuasiva- debe ser honesto, apasionado y sencillo. La honestidad en un discurso se nota desde el primer instante. Si el orador no está hablando de acuerdo con su valores, creencias y mediaciones -y antepone otros intereses- la audiencia lo percibirá inseguro en sus palabras y en sus gestos. Puedes pensar que el público no lo nota, pero recuerda una de las reglas de oro: no menosprecies a tus receptores. Y si lo haces, asegúrate entonces de ser un buen mentiroso. Creer en lo que dices es una condición necesaria para que tu auditorio lo crea. Pero esto no solo se evidenciará al momento de hablarle a un grupo de personas. En épocas de redes e hiperinformación, es más importante que nunca “caminar tu discurso” -“walk your talk” como dicen los anglosajones-. Estamos siendo permanentemente observados y es por ello que hay que procurar que cada una tus acciones sean coordinadas con tus palabras. Desde la honestidad, es fácil entonces imprimirle pasión a las palabras. Hablar con entusiasmo de un tema que conoces a profundidad mantendrá a la audiencia cautiva. Cuando sabes de algo se nota, lo cual redunda directamente en la emoción que transmites y que generas en tu público. Por último, la sencillez en el discurso es fundamental. En este caso, sencillez no quiere decir simple sino concreto. Hay que evitar la grandilocuencia. La concreción permitirá que los interlocutores aterricen el mensaje y lo entiendan fácilmente. La honestidad, la pasión y la sencillez, así como la coherencia entre tus acciones y tus palabras, te permitirán conectarte con tu público.